AVE MARÍA

01/06/2020

Vivía en Roma, en 1351, un hombre notable que se había hecho esclavo del diablo a través de un pacto. Durante 60 años, sirvió a Satanás en todo tipo de desórdenes y pecados muy graves. Luego llegó el momento de su muerte. Jesús, por medio de santa Brígida, envió a un confesor para que lo persuadiera de confesarse. Fue a visitar al enfermo, y no fue sino hasta la tercera visita del confesor que el paciente finalmente abrió su corazón. Luego, recuperando gradualmente la confianza, el pecador respondió al confesor: «Padre, me creía maldito, pero ahora siento una profunda vergüenza por mis pecados, y como la esperanza de ser perdonado me es permitida, sí, ¡quiero confesarme!”. De hecho, el paciente se confesó en el acto, comulgó al día siguiente y murió seis días más tarde en gran contrición. Después de su muerte, Jesús habló nuevamente a santa Brígida y le dijo que este pecador se había salvado, que estaba en el purgatorio y que debía su salvación a la intercesión de la Virgen Madre de Dios. 
San Alfonso María de Ligorio: En Las Glorias de María.

Manuel García 

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