TRAZAR JUNTOS CAMINOS DE PAZ

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
56 JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2023

Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz.

«Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche» (Primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses 5,1-2).

1. Con estas palabras, el apóstol Pablo invitaba a la comunidad de Tesalónica, que esperaba el encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, capaz de una mirada atenta a la realidad y a las vicisitudes de la historia. Por eso, aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino. Con este ánimo san Pablo exhorta constantemente a la comunidad a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: «No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (5,6). Es una invitación a mantenerse alerta, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino a ser como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras.

2. El COVID-19 nos sumió en medio de la noche, desestabilizando nuestra vida ordinaria, trastornando nuestros planes y costumbres, perturbando la aparente tranquilidad incluso de las sociedades más privilegiadas, generando desorientación y sufrimiento, y causando la muerte de tantos hermanos y hermanas nuestros.
Empujado dentro de una vorágine de desafíos inesperados y en una situación que no estaba del todo clara ni siquiera desde el punto de vista científico, el mundo sanitario se movilizó para aliviar el dolor de tantos y tratar de ponerle remedio; del mismo modo, las autoridades políticas tuvieron que tomar medidas drásticas en materia de organización y gestión de la emergencia.
Junto con las manifestaciones físicas, el COVID-19 provocó —también con efectos a largo plazo— un malestar generalizado que caló en los corazones de muchas personas y familias, con secuelas a tener en cuenta, alimentadas por largos períodos de aislamiento y diversas restricciones de la libertad.
Además, no podemos olvidar cómo la pandemia tocó la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Amenazó la seguridad laboral de muchos y agravó la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres. Pensemos, por ejemplo, en los millones de trabajadores informales de muchas partes del mundo, a los que se dejó sin empleo y sin ningún apoyo durante todo el confinamiento.
Rara vez los individuos y la sociedad avanzan en situaciones que generan tal sentimiento de derrota y amargura; pues esto debilita los esfuerzos dedicados a la paz y provoca conflictos sociales, frustración y violencia de todo tipo. En este sentido, la pandemia parece haber sacudido incluso las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias.

3. Transcurridos tres años, ha llegado el momento de tomarnos un tiempo para cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar —de forma personal y comunitaria—; un tiempo privilegiado para prepararnos al “día del Señor”. Ya he dicho varias veces que de los momentos de crisis nunca se sale igual: de ellos salimos mejores o peores. Hoy estamos llamados a preguntarnos: ¿qué hemos aprendido de esta situación pandémica? ¿Qué nuevos caminos debemos emprender para liberarnos de las cadenas de nuestros viejos hábitos, para estar mejor preparados, para atrevernos con lo nuevo? ¿Qué señales de vida y esperanza podemos aprovechar para seguir adelante e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor?
Seguramente, después de haber palpado la fragilidad que caracteriza la realidad humana y nuestra existencia personal, podemos decir que la mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana. También hemos aprendido que la fe depositada en el progreso, la tecnología y los efectos de la globalización no sólo ha sido excesiva, sino que se ha convertido en una intoxicación individualista e idolátrica, comprometiendo la deseada garantía de justicia, armonía y paz. En nuestro acelerado mundo, muy a menudo los problemas generalizados de desequilibrio, injusticia, pobreza y marginación alimentan el malestar y los conflictos, y generan violencia e incluso guerras.
Si, por un lado, la pandemia sacó a relucir todo esto, por otro, hemos logrado hacer descubrimientos positivos: un beneficioso retorno a la humildad; una reducción de ciertas pretensiones consumistas; un renovado sentido de la solidaridad que nos anima a salir de nuestro egoísmo para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades; así como un compromiso, en algunos casos verdaderamente heroico, de tantas personas que no escatimaron esfuerzos para que todos pudieran superar mejor el drama de la emergencia.
De esta experiencia ha surgido una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra “juntos” en el centro. En efecto, es juntos, en la fraternidad y la solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos. De hecho, las respuestas más eficaces a la pandemia han sido aquellas en las que grupos sociales, instituciones públicas y privadas y organizaciones internacionales se unieron para hacer frente al desafío, dejando de lado intereses particulares. Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales.

4. Al mismo tiempo, en el momento en que nos atrevimos a esperar que lo peor de la noche de la pandemia del COVID-19 había pasado, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad. Fuimos testigos del inicio de otro azote: una nueva guerra, en parte comparable a la del COVID-19, pero impulsada por decisiones humanas reprobables. La guerra en Ucrania se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada en todo el mundo; también afecta a quienes, incluso a miles de kilómetros de distancia, sufren sus efectos colaterales —basta pensar en la escasez de trigo y los precios del combustible—.
Ciertamente, esta no es la era post-COVID que esperábamos o preveíamos. De hecho, esta guerra, junto con los demás conflictos en todo el planeta, representa una derrota para la humanidad en su conjunto y no sólo para las partes directamente implicadas. Aunque se ha encontrado una vacuna contra el COVID-19, aún no se han hallado soluciones eficaces para poner fin a la guerra. En efecto, el virus de la guerra es más difícil de vencer que los que afectan al organismo, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón humano, corrompido por el pecado (cf. Evangelio según san Marcos 7,17-23).

5. ¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común.
Para lograr esto y vivir mejor después de la emergencia del COVID-19, no podemos ignorar un hecho fundamental: las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas autónomos son en realidad uno la causa o consecuencia de los otros. Así pues, estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión. Debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras que siguen generando víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades. El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades. Sólo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz.
Al compartir estas reflexiones, espero que en el nuevo año podamos caminar juntos, aprovechando lo que la historia puede enseñarnos. Expreso mis mejores votos a los jefes de Estado y de gobierno, a los directores de las organizaciones internacionales y a los líderes de las diferentes religiones. A todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les deseo un feliz año, en el que puedan construir, día a día, como artesanos, la paz. Que María Inmaculada, Madre de Jesús y Reina de la Paz, interceda por nosotros y por el mundo entero.

Vaticano, 8 de diciembre de 2022.  Francisco



HAKUNA Y EMAUS

Hakuna y Emaús: «Son un milagro del Espíritu Santo en medio de la secularización»

José Ignacio Munilla, obispo de Orihuela-Alicante. «Vivir el sacerdocio en una situación de fuerte secularización supone tener una vida interior más fuerte que nunca. Los fieles nos ayudan mucho a valorar el tesoro que tenemos. Cuando muchas personas, con una fe entrañable, vienen y te piden confesión, eso te conmueve. Si este reconocimiento comienza a fallar, el sacerdote tiene un riesgo de entrar en crisis en la propia valoración de su ministerio», comenta Munilla sobre el fenómeno de los sacerdotes «quemados» por su propia labor pastoral.

Llamados a florecer

Para que no llegue el abatimiento, el obispo recomienda a los sacerdotes volver siempre al Evangelio. «La Madre Teresa decía: ‘Yo no rezo para tener éxito, yo a Dios le pido ser fiel’. Esta frase supone una madurez interior muy grande. Para que nuestra alegría interior no esté supeditada al grado de aceptación es esencial ser capaces de cargar nuestras pilas de Jesucristo. Que la Eucaristía configure nuestra vida, que sea la que llene el corazón», explica.
En este sentido, el obispo aporta su propio testimonio. «En España hay lugares muy distintos, con facilidades diferentes para poder integrarse en la vida de un pueblo. Yo fui sacerdote con 24 años, en un pueblo muy secularizado. Un día, me paró una señora para decirme que en la pollería se habían apostado un pollo a que me quitaba la ropa de cura antes de Navidad. Cada uno, en la situación en la que está, tiene que abordar su ministerio sin complejos. Estamos llamados a florecer, donde Dios nos ha plantado», relata Munilla.
Pero reconoce que a veces no es fácil. «El peligro es el de asustarse, de mimetizarse… Queremos que el sacerdote sea un florero. Que no se salga de su rol, porque si no va a necesitar un nivel de energía, para remar a contra corriente, muy grande. Hay que ser capaces de insertarse gozosamente, pero, al mismo tiempo, sin ser fagocitado. Quizá somos mas débiles que generaciones anteriores, fruto del bienestar, de una sociedad en la que se nos ha dado todo hecho. No tenemos una fortaleza natural, como la que tuvieron los sacerdotes ancianos», explica.

Entonar el mea culpa

Sobre la crisis de fe y de vocaciones, Munilla da una clave importante. «Si antes una congregación religiosa tocaba muchas teclas y ahora no, lo importante será concentrar las energías en lo esencial, en la evangelización, en anunciar a Jesucristo. Hoy estamos haciendo autocrítica de que hemos hecho muchas obras sociales en las que no se han confesado explícitamente a Jesucristo. Esta crisis es una oportunidad para anunciar dónde está lo esencial», asegura.
En este sentido, asegura, que no es algo malo entonar el mea culpa. «El problema llega cuando es tarde para rectificar. A veces hay que entonar un mea culpa. En ciertas cosas nos hemos equivocado. Hicimos apuestas donde no fuimos conscientes de que estábamos siendo absorbidos por el espíritu del mundo. Ahora, que Dios nos da la gracia y las energías, que las concentremos en lo esencial: evangelizar, evangelizar y evangelizar», comenta.
El prelado también señala que el mensaje de Jesús no se puede trocear. «Esa posición entre ortodoxia y ortopráxis, entre verdad y caridad, misericordia y justicia… sacerdotes que dicen que su opción es la liturgia, o lo social. Ese tipo de contraposiciones, son un poco del ‘Mayo del 68’, que cuesta pasarle la página. Si por algo se tiene que caracterizar este momento es por la integración, por la lectura en su integridad del mensaje cristiano», relata.
Por ello, Munilla señala dos formas de acercarse al Evangelio. «Hay dos maneras de acercarse al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia. Una es seleccionando los pasajes con los que más me identifico y, otra, es hacer lo contrario, me voy a centrar, precisamente, en las páginas que más me cuestan. Porque forman parte del mensaje revelado, para no hacer un Dios a mi medida», apunta.

Reconocer los dones

El obispo recuerda la esencia del cristianismo. «En mis primeros años de sacerdocio modulaba mucho mi discurso, dependiendo de a quién me dirigía. En la medida que he ido avanzando en mi comprensión de las cosas, te das cuenta de que lo esencial es igual para todo el mundo. La clave está en conectar con las grandes necesidades del corazón del hombre, en las que todos necesitamos ser interpelados», asegura.
La irrupción de las redes sociales también ha sido otro de los temas que Munilla ha querido tocar. «La capacidad crítica de los fieles, en el buen sentido de la palabra, ha crecido mucho. Hoy, como podemos escuchar muchas cosas, desde diferentes medios y soportes, eso hace que seamos más exigentes. Eso es bueno. Los sacerdotes también tenemos muchas más posibilidades ahora, y eso hace que se nos pida más, se comparan las cosas y se eleva el listón», comenta.
En este tema, el obispo da algunas claves sobre cómo los sacerdotes o religiosos deberían participar en las redes sociales. «Primero hay que discernir, para llegar a la conclusión de si estoy llamado o no. No todo el mundo estará llamado. Para evangelizar en las redes hay que ser austero en las formas, no estar fomentando la propia imagen, estamos anunciando a Jesucristo. También, ser austeros en nuestra presencia. Yo escribo diariamente un mensaje, pero no abusar, con constancia, eso sí. Y, por último, es importante que en el mensaje que compartamos estén nuestras propias intuiciones. Tiene que ser un espejo de la experiencia interior», relata.
Munilla habla, también, de las inquietudes de los jóvenes y de nuevas iniciativas como Hakuna o Emaús. «Tenemos que reconocer los dones del Espíritu, y bendecir a Dios por el hecho de que nos siga sorprendiendo. Que luego necesitan su purificación, pues claro… especialmente cuando es una realidad muy exitosa. A veces podemos caer en la autocomplacencia. El que seamos perseguidos, incomprendidos, el que, en vez de ponernos a la defensiva, hagamos de ello una oportunidad de purificación, es maravilloso. Que en pleno 2022, en medio de esta gran secularización, el Espíritu Santo siga suscitando cosas que lleguen al corazón de los jóvenes, es un milagro».

Para concluir, Munilla habla del drama del suicidio. «Necesitamos predicar a Jesucristo, que es la razón de ser de nuestra esperanza. Esta es una crisis de esperanza. Por un lado nos cerramos a transmitir la vida y, por el otro, tenemos un canto de sirena que es la llamada al suicidio. Necesitamos saber cuál es la razón de nuestra esperanza. Si no descubrimos que nuestra vida viene de Dios, que estamos llamados al amor, es imposible dar lo mejor de nosotros», comenta.

Fuente:



EVANGELIO VIVIDO

Evangelio Vivido. Misericordia. Parroquia Santa Beatriz. Leganes

El misericordioso es capaz de perdonar al otro y a menudo también de perdonarse a sí mismo. Sin embargo, la misericordia no es sólo una disposición interior, sino que es también el camino que nos lleva a Dios. Su inmenso amor por nosotros no es un sentimiento, sino una acción; el acto a través del cual cada uno de nosotros “renace”.

Vivir en paz

No era la primera vez que notaba daños causados en mis tierras. Nunca había tenido enemigos y mi padre me había enseñado a construir buenas relaciones, pero esta vez quería entender bien qué estaba pasando. Pedí ayuda a la Virgen y una noche me escondí detrás de un árbol de fruta junto a otro campesino. Como había imaginado, en un determinado momento de la noche vi llegar a mi vecino junto con sus dos hijos, provistos de cajones de fruta. Mi plan fue fotografiarlos en forma flagrante. Desorientados por la luz del flash, los tres se fueron dejando la fruta recogida por el suelo. Al día siguiente, hacia el atardecer, la esposa del vecino le pidió a la mi señora el favor de destruir las fotos y que no denunciáramos a su esposo. Nos habíamos puesto de acuerdo con mi esposa que, en la eventualidad, respondiera: “No sé de qué fotos me estás hablando, mi marido está afuera desde hace dos días”. Desde ese momento las cosas cambiaron: se veía en ellos una insólita gentileza y prontitud a ayudar en la recolección… En una pausa para descansar, el vecino admitió que había venido a recoger algunas manzanas “para probarlas”, y había visto unos destellos de luz. Le dije: “Desde hace algún tiempo en el pueblo suceden cosas raras. Lo importante para nosotros es vivir en paz”. (. – Italia)

Un verdadero cambio

Con el pensamiento, recorrí mi vida: ¡un total fracaso! No estoy casada por la oposición de mis padres a mi elección de un muchacho bueno pero no de nuestro “rango”. Con mis hermanos y mi hermana relaciones prácticamente inexistentes a raíz de una herencia repartida injustamente, según ellos. Puedo considerarme rica, pero sin embargo ¡qué vacío siento dentro de mí y alrededor de mí! Estaba en el hospital cuando una sobrina que me vino a ver dijo una frase que no me dejó en paz: “¡Tía, tu problema es que estás poseída por el mal. En ti ha desaparecido todo rastro de bien”. Cuando me dieron el alta busqué a un sacerdote para contarle lo que me angustiaba. Tras haberme escuchado, le pareció que de alguna manera yo me quería vengar con la vida, con la familia, con todos y me orientó a que pensara más en los demás: festejando con algún regalo los cumpleaños de mis parientes, preguntándoles a los vecinos para saber cómo están, escribiéndoles a mis ex alumnos… pequeños gestos pero que eran pasos hacia la luz. En la desesperación puse en práctica esa sugerencia. Es duro, pero siento que algo está cambiando. (G.I. – España)

Amigas en la enfermedad

Durante el período en el que mi madre estuvo internada en el hospital conoció a su compañera de habitación, Klari. Compartían el mismo estadio del cáncer, el mismo ritmo de quimioterapia. Se habían hecho amigas, pero algo las dividía. Cuando era joven, Klari había sido una activista comunista y no aceptaba la fe católica que profesaba mi madre. No polemizaban, pero se veía que ninguna de las dos daba el brazo a torcer en sus convicciones. De todos modos, mi madre se mostraba siempre disponible, y para ayudar a Klari, que no tenía parientes, nos había pedido a nosotros sus familiares que le diéramos una mano. Eran pequeñas cosas que ella necesitaba, algún trámite para acelerarle, llamar por teléfono a alguna amiga. Cuando la condición de la salud se agravó en ambas, noté una diferente aceptación de la enfermedad: mi madre, que estaba siempre atenta a lo que necesitaba su amiga, dejaba traslucir una gran paz. Klari, en cambio, era intolerante y agresiva, pero antes de entrar en coma le agradeció a mi madre por haber estado a su lado. Se había vuelto una de nuestra familia. (. – Alemania)

A cargo de Maria Grazia Berretta
(extraído de “Il Vangelo del Giorno”, Città Nuova, año VIII, número 2, noviembre-diciembre de 2022)



PALABRA DE VIDA – DICIEMBRE 2022

«Confiad en el Señor por siempre jamás, porque en el Señor tenéis una Roca eterna» (Is 26, 4).
La Palabra de vida que queremos vivir en este mes está tomada del Libro del pro-feta Isaías, un texto extenso y rico, muy apreciado por la tradición cristiana, ya que contiene páginas muy queridas, como el anuncio del Enmanuel, el «Dios con noso-tros» (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23), o también la figura del Siervo de dolores (cf. Is 52, 13 – 53, 12), que hace de fondo a los relatos de la pasión y muerte de Jesús.
Este versículo forma parte de un canto de agradecimiento que el profeta pone en boca del pueblo de Israel una vez terminada la terrible prueba del exilio, cuando por fin van a volver a Jerusalén. Sus palabras abren los corazones a la esperanza, porque la presencia de Dios al lado de Israel es fiel, inquebrantable como la roca; Él mismo sostendrá cualquier esfuerzo del pueblo en la reconstrucción civil, políti-ca y religiosa.
Derrocará la ciudad que se cree «excelsa» (cf. Is 26, 5) porque no está construida según el proyecto de amor de Dios, mientras que la que está construida sobre la roca de la cercanía a Él gozará de paz y prosperidad.
«Confiad en el Señor por siempre jamás, porque en el Señor tenéis una Roca eterna».
¡Qué actual es esta necesidad de estabilidad y de paz! También nosotros, perso-nalmente y colectivamente, estamos pasando por momentos oscuros de la historia que amenazan con aplastarnos bajo el peso de la incertidumbre y el miedo al futu-ro.
¿Cómo superar la tentación de dejarnos abatir por las dificultades del presente, de encerrarnos en nosotros mismos y cultivar sentimientos de sospecha y descon-fianza hacia los demás?
Para los cristianos, la respuesta es ciertamente «reconstruir» ante todo, con va-lentía, la relación de confianza con Dios, que en Jesús se hizo nuestro prójimo por los caminos de la vida, incluidos los más oscuros, estrechos y escarpados.
Pero esta fe no significa quedarse esperando pasivamente. Al contrario, requiere trabajar activamente para ser protagonistas creativos y responsables en construir una «nueva ciudad» fundada en el mandamiento del amor recíproco. Una ciudad con las puertas abiertas, que acoge a todos, sobre todo «a los pobres y oprimidos» (cf. Is 26, 6), los predilectos del Señor desde siempre.
Y por este camino estamos seguros de contar con la compañía de muchos hom-bres y mujeres que cultivan en el corazón los valores universales de la solidaridad y la dignidad de cada persona, respetando también la creación, nuestra «casa co-mún».
«Confiad en el Señor por siempre jamás, porque en el Señor tenéis una Roca eterna».
En el pueblo murciano de Aljucer (España), toda una comunidad está volcada en construir relaciones de fraternidad mediante formas de participación abierta e in-clusiva.
Cuentan: «En el verano de 2008 fundamos una asociación cultural con el objetivo de desarrollar actividades de distinto tipo, tanto por iniciativa nuestra como en co-laboración con otras asociaciones del territorio, para promover espacios de diálo-go y proyectos humanitarios internacionales.
Por ejemplo, desde el principio promovemos una cena solidaria anual para el pro-yecto Fraternity with Africa, para financiar becas para jóvenes africanos que se comprometen a trabajar en su país durante al menos cinco años. Son cenas que reúnen a unas 200 personas y en las que colaboran comercios y asociaciones.
Estamos muy satisfechos de trabajar desde hace años con otra asociación. Juntos organizamos un evento anual abierto a personalidades del mundo de la cultura, música, pintura y literatura, pero también a exponentes de la política, la economía y la medicina. Para todos ellos es una ocasión para compartir sus experiencias y las motivaciones más profundas de sus acciones» .
«Confiad en el Señor por siempre jamás, porque en el Señor tenéis una Roca eterna».
Estamos a la espera de la Navidad. Preparémonos acogiendo desde ya mismo a Jesús en su Palabra. Esta es la roca sobre la que construir también la ciudad de los hombres: «Encarnémosla, hagámosla nuestra, experimentemos cuánta poten-cia de vida libera si la vivimos, en nosotros y a nuestro alrededor. Enamorémonos del Evangelio hasta dejarnos transformar en él y derramarlo sobre los demás. […] Así ya no viviremos nosotros, sino que en nosotros se formará Cristo. Nos sentire-mos libres de nuestro yo, de nuestros límites, de nuestras esclavitudes; y además veremos estallar la revolución de amor que Jesús, libre de vivir en nosotros, pro-vocará en el tejido social del que formamos parte»                                      LETIZIA MAGRI



YO POR TI

Parroquia Santa Beatriz. Leganes

La Fundación ha lanzado una campaña en Internet con el objetivo de que los internautas descubran la entidad y conozcan sus proyectos. Una campaña bajo el título: “Yo por ti”, al servicio de los más necesitados.



TEENS INTERNATIONAL

Teens Internacional. Parroquia Sta Beatriz Leganes

Una mirada al mundo con el objetivo de difundir «buenas noticias». Esto es lo que anima a las redacciones de Teens International repartidas por distintos puntos del planeta y apoyadas por los grupos editoriales de Ciudad Nueva. Un espacio creado por los chicos para los chicos en el que poder intercambiar opiniones e ideas; formarse en la producción de contenidos para distintos medios de comunicación; encontrar juntos modelos de comunicación guiados por valores verdaderos.

Fuente: