EL AÑO EMPIEZA ANTES

El año empieza antes - Parroquia Sta Beatriz - Boletin diciembre 2022


La prisa es una constante de nuestra sociedad.

Apenas hemos empezado una cosa cuando ya estamos viendo cómo queremos terminarla o cómo va a ser cuando se termine. Así pasa con el año. La sociedad está esperando a que llegue el 31 de diciembre, para tener fiesta, cerrar un año y empezar otro. No sea así entre los cristianos, comienza el año con el comienzo del Adviento. Comienza cuando Nuestra Señora está en situación de buena esperanza. Cuando, como dicen los Santos padres en la Antigüedad, habiendo engendrado primero a Cristo en su corazón. Cuando acepta las palabras de Dios por medio del Ángel, inmediatamente después el Espíritu Santo haga concebir en carne mortal a Su Divino Hijo en su Santísimo vientre. Ella lo esperó en el silencio y los cristianos comenzamos el año litúrgico en el silencio del Adviento.

Tiempo fuerte de conversión

Estamos rodeados de fiesta. De fiestas paganas. Pero en el corazón nace una esperanza, renovamos la esperanza en un Niño que nos viene a nacer, que nos ha sido dado. Preparémonos desde ya, como Nuestra Señora a concebir a Cristo en nuestras vidas, en nuestro corazón, para que luego se haga carne mortal en nosotros y así podamos transmitirlo al resto de nuestros hermanos como hizo Ella.

Y como dice San Pablo, no ajustemos nuestro proceder a los humanos, sino renovémonos con la renovación del Espíritu. Volvamos a nacer. Es decir, la fiesta que celebramos los católicos, en nada se parece a la fiesta que celebra la sociedad. La sociedad quiere ahogar las celebraciones católicas. El verdadero sentido de los días que comenzamos, están salpicados de conmemoraciones íntimamente católicas, íntimamente Marianas y por tanto Cristológicas. Empezamos con la festividad de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, que está justo en medio del Adviento. Nos recuerda la Iglesia que era necesario que Cristo tuviera una madre excepcional para tan excepcional Divino Hijo. Después llegan todas las fiestas de Navidad. El día de Navidad, La Sagrada Familia, La Epifanía del Señor, el Bautismo de Nuestro Señor.

Todas estas fiestas están en medio de las fiestas paganas. No confundamos la esperanza en una vida que se renueva, que tenemos los católicos, con el desenfreno de las fiestas que celebra el mundo. Debemos estar en el siglo sin ser del siglo. Como Cristo vino al mundo, siendo el Rey del Universo y nos pide que no seamos solo del mundo y bajemos nuestra mirada a la humildad de un Niño que nace y al todos miraran cuando sea elevado en la Cruz.

Manuel García



UN AÑO DE ESPERANZA

Feliz Navidad , Parroquia Santa Beatriz 2022


En el calendario 2022 que sacó la parroquia podíamos leer «Un año de esperanza».

Lo cierto es que este año 2022 lo podíamos catalogar de «anno horribilis». Motivos habría para ello: Guerra de Ucrania, subida espectacular del IPC, hasta máximos que no se daban desde hacía varios lustros y los políticos sin ponerse de acuerdo en cuestiones de suma importancia para nuestro país. En fin, demasiadas cosas negativas para desear que este año termine lo antes posible.

Sin embargo, el año terminará con una buena noticia: Dios ha nacido. Jesús habitará entre nosotros y nos volverá a llevar la alegría y la esperanza a nuestros corazones. No hará falta que nos recuerden con los alumbrados navideños, cada año se adelantan más, que un «niño» volverá a salvar al mundo como lo hizo hace 2022 años.

Jesús es nuestra guía, marca nuestro camino y nos llena amor. Amor al prójimo, ojalá llegué a los oídos de aquellos que se afanan en seguir con las guerras, mantener el hambre y buscar la desigualdad entre la personas.

Jesús es nuestra esperanza. Feliz Navidad a todos.

Antonio Vaquerizo



VIGILIA DE ADVIENTO

Te invitamos a celebrar

MISA VIGILIA

SABADO 26 NOVIEMBRE A LAS 19:00 H.

 



Porque bautizar a los niños

¿Por que Bautizar a los niños? Parroquia Santa Beatriz - 2022

¿Por qué bautizar a los niños pequeños? ¿No es mejor esperar a que ellos puedan decidir?

Hoy día hay padres que prefieren esperar a que sus hijos crezcan para que, cuando tengan suficiente capacidad de tomar decisiones propias, puedan decidir libremente si se bautizan o no. La razón parece lógica: las decisiones que tienen consecuencias importantes han de ser libremente tomadas, y pocas cosas hay más importantes en la vida que incorporarse o no a la Iglesia, que ser cristiano o no.

En cambio, muchos padres católicos bautizan a sus hijos a los pocos días de nacer, y no piensan que estén coartando la libertad de sus hijos, ni condicionando injustamente su futuro. Parecen personas razonables. ¿Lo son realmente?

Un hecho sociológico

Hay muchas decisiones que toman los padres sin esperar a consultar con sus hijos, en cuestiones que les van a afectar de un modo decisivo en su vida. Se ocupan de proporcionarles alimento, vestido, calor y afecto antes de que tengan uso de razón, sin que lo hayan pedido libremente, pero esto es imprescindible para sacarlos adelante con vida. Pero también hacen cosas, además de cubrir las necesidades básicas de subsistencia, que incidirán decisivamente en planteamientos vitales de fondo.

Pensemos, por ejemplo, en el hecho de hablarles en un idioma concreto. La adquisición del idioma materno responde a una decisión de los padres que va a configurar el modo de expresarse de los hijos, sus más profundas raíces culturales e incluso unas perspectivas muy concreta en su acercamiento a la realidad. Ningunos padres razonables tomarían la decisión de no hablar nada a su hijo hasta que creciera, escuchase varios idiomas y decidiera por sí mismo cuál querría aprender. El idioma es un elemento cultural muy importante en el desarrollo de la vida humana y retrasar su adquisición hasta la mayoría de edad supondría un gravísimo daño al desarrollo intelectual del nuevo ser humano.

Pero, ¿la decisión de bautizar y comenzar a formar en la fe tiene algún parecido con la de hablar a los niños en el propio idioma? Una persona que no tenga fe y no sepa lo que supone la existencia de Dios, su bondad, su modo de actuar en el mundo y en las personas, y que desconozca la realidad más profunda del bautismo pensará que no tiene nada que ver, que el idioma es imprescindible y la fe no lo es.

Pero eso no quiere decir que su valoración sea razonable, sino que se debe a sus carencias culturales, o incluso a sus prejuicios, que le impiden razonar contando con todos los datos reales. Por eso, para hacerse cargo racionalmente de todos los factores implicados en esta cuestión resulta imprescindible saber primero lo que supone recibir el Bautismo, y después valorar la situación.

Qué implica el Bautismo

Dios ha diseñado para cada ser humano una historia de amor, que se va desvelado poco a poco a lo largo de la vida. En la medida que tengamos un trato cercano con Él, esa historia se irá desvelando y tomando cuerpo. Y el primer paso para que se esa cercanía sea eficaz se da en el Bautismo.

La fe cristiana considera el Bautismo como el sacramento fundamental, ya que es condición previa para poder recibir cualquier otro sacramento. Nos une a Jesucristo, configurándonos con Él en su triunfo sobre el pecado y la muerte.

En la antigüedad se administraba por inmersión. El que se iba a bautizar se sumergía por completo en agua. Así como Jesucristo murió, fue sepultado y resucitó, el nuevo cristiano se introducía simbólicamente en un sepulcro de agua, para despojarse del pecado y sus consecuencias, y renacer a una nueva vida. El bautismo es, en efecto, el sacramento que nos une a Jesucristo, introduciéndonos en su muerte salvífica en la Cruz, y por ello nos libera del poder del pecado original y de todos los pecados personales, y nos permite resucitar con él a una vida sin fin. Desde el momento de su recepción, se participa de la vida divina mediante la gracia, que va ayudando a crecer en madurez espiritual.

En el bautismo nos convertimos en miembros del Cuerpo de Cristo, en hermanos y hermanas de nuestro Salvador, y en hijos de Dios. Somos liberados del pecado, arrancados de la muerte eterna, y destinados desde ese instante a una vida en la alegría de los redimidos. «Mediante el bautismo cada niño es admitido en un círculo de amigos que nunca le abandonará, ni en la vida ni en la muerte. Ese círculo de amigos, esta familia de Dios en la que el niño se integra desde ese momento, le acompaña continuamente, también en los días de dolor, en las noches oscuras de la vida; le dará consuelo, tranquilidad y luz» (Benedicto XVI, 8 de enero de 2006).

Por qué la Iglesia mantiene la práctica del bautismo de niños

Esta práctica es de tiempo inmemorial. Cuando los primeros cristianos recibían la fe, y eran conscientes del gran don de Dios de que habían sido objeto, no querían privar a sus hijos de esos beneficios.
La Iglesia sigue manteniendo la práctica del bautismo de niños por una razón fundamental: antes de que nosotros optemos por Dios, él ya ha optado por nosotros. Nos ha hecho y nos ha llamado a ser felices. El bautismo no es una carga, al contrario, es una gracia, un regalo inmerecido que recibimos de Dios.
Los padres cristianos, desde los primeros siglos, aplicaron el sentido común. Así como la madre no deliberaba largamente sobre si debía dar el pecho a su hijo recién nacido, sino que lo alimentaba cuando el niño lo requería, así como lo lavaban cuando estaba manchado, lo vestían y lo abrigaban para protegerlo de los rigores del frío, así como le hablaban y le daban cariño, también le proporcionaban la mejor ayuda que cualquiera criatura humana necesita para desarrollar la vida en plenitud.

Fuente:



EN LA COMUNION DE LOS SANTOS

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid +- En la Comunion de los Santos - Un mes para difuntos y vivos

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

Un mes para vivos y muertos

Que delicadeza la de nuestra Madre la Iglesia cuando dedica todo un mes a proponernos recordar a nuestros antepasados. A aquellos que ya corrieron su carrera y pueden contemplar las Bienaventuranzas de primera mano. Desde el comienzo de la tradición cristiana, los lugares donde se enterraban a los muertos se les llamó “dormitorios”, (es la traducción real de cementerios), donde los cristianos esperaban la resurrección de la carne. Las oraciones, Eucaristías, y sacrificios que se hagan por ellos siempre tendrán reflejo en la Comunión de los Santos. Debemos acordarnos de las almas que están en el Purgatorio, pues ellas ya nada pueden hacer por su salvación, nosotros sí, si pedimos incesantemente por ellas.

Pero este año me gustaría que nos centráramos en un aspecto que no se tiene en cuenta y en Fátima, Nuestra Señora le dio una importancia vital. REZAR POR LOS VIVOS. Por todos aquellos que están en peligro de condenación y nadie se acuerda de ellos. Solo un gesto de amor, un pequeño sacrificio puesto en Manos de Nuestra Señora puede convertir un alma y salvarla de la condenación eterna. Este mes de noviembre acordémonos de nuestros difuntos, de las almas del Purgatorio y empecemos oraciones y novenas por los vivos, por nuestros hermanos en el mundo. Un gesto de Dimas, estando vivo y en sus últimos instantes en la cruz al lado de Cristo le valió el premio de la Eternidad, ¿Queremos algo más para cualquiera?

Manuel García



GOZAR DE SU COMPAÑIA

Gozar de su compañía - Los Santos - Parroquia Santa Beatriz

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo

Que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo

Que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )