PORQUE DIJIMOS SI QUIERO

Taller para el crecimiento de la pareja.

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Lugar: Las Matas, Madrid
Días: 3 y 4 de diciembre
Información:

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PALABRA DE VIDA – NOVIEMBRE 2022

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7).
En el Evangelio de Mateo, el discurso de la montaña va tras el inicio de la vida pública de Je-sús. La montaña se considera el símbolo de un nuevo monte Sinaí, en el que Cristo ofrece su «ley» como nuevo Moisés. El capítulo anterior habla de grandes masas que comenzaron a seguir a Jesús y a las cuales Él dirigía sus enseñanzas. En cambio, este discurso lo dirige Jesús a sus discípulos, a la comunidad naciente, a los que más tarde serían llamados cristianos. Je-sús presenta el «reino de los cielos», núcleo central de su predicación (cf. Mt 4, 23; 5, 19-20); y, dentro de este, las bienaventuranzas representan su manifiesto programático, el mensaje de la salvación, una «síntesis de toda la Buena Nueva, que es la revelación del amor salvífico de Dios» .
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
¿Qué es la misericordia? ¿Quiénes son los misericordiosos? La frase comienza por la palabra «bienaventurado/s» , que significa feliz, afortunado, y adquiere también el sentido de ser bendecido por Dios. En el texto, entre las nueve bienaventuranzas, esta se encuentra en el lugar central. Las bienaventuranzas no pretenden representar comportamientos que son ob-jeto de premio, sino auténticas oportunidades para ser un poco más parecidos a Dios. En particular, los misericordiosos son aquellos que tienen el corazón lleno de amor a Él y a los hermanos, un amor concreto que se inclina hacia los últimos, los olvidados, los pobres, hacia quienes necesitan este amor desinteresado; de hecho Misericordia es uno de los atributos de Dios ; Jesús mismo es misericordia.
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
Las bienaventuranzas transforman y revolucionan los principios más comunes de nuestro modo de pensar. No son simples palabras de consuelo, sino que tienen el poder de cambiar el corazón, tienen la capacidad de crear una nueva humanidad, hacen eficaz el anuncio de la Palabra. Es necesario vivir la bienaventuranza de la misericordia también con nosotros mis-mos, reconocernos necesitados de ese amor extraordinario, sobreabundante e inmenso que Dios tiene por cada uno de nosotros.
La palabra misericordia, rahamim en hebreo, deriva del hebreo rehem, vientre materno, y evoca una misericordia divina sin límites, como la compasión de una madre por su niño. Es «un amor que no mide, abundante, universal, concreto. Un amor que tiende a suscitar la re-ciprocidad, que es el fin último de la misericordia. […] Así pues, si hemos sido víctimas de alguna ofensa o de alguna injusticia, perdonemos y se nos perdonará. ¡Seamos los primeros en tener piedad, compasión! Aunque parezca difícil y audaz, preguntémonos ante cada próji-mo: ¿cómo se comportaría su madre con él? Es un modo de pensar que nos ayuda a entender y a vivir según lo que Dios quiere».
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
«A los dos años de matrimonio, nuestra hija y su marido decidieron separarse. La acogimos de nuevo en nuestra casa, y en los momentos de tensión procurábamos quererla con pa-ciencia, comprensión y perdón en el corazón, mantener una relación de apertura para con ella y su marido, y sobre todo esforzándonos en no juzgar. Al cabo de tres meses de escu-cha, ayuda discreta y mucha oración, se volvieron a juntar con consciencia, confianza y espe-ranza renovadas» .
Y es que ser misericordiosos es más que perdonar. Es tener un corazón grande, tener prisa por borrarlo todo, por quemar completamente todo lo que pueda obstaculizar nuestra rela-ción con los demás. La invitación de Jesús a ser misericordiosos consiste en ofrecer un ca-mino para acercarnos de nuevo al designio originario, de modo que podamos transformarnos en aquello para lo que hemos sido creados: para ser a imagen y semejanza de Dios.                                                                                                                                                                       LETIZIA MAGRI



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GOZAR DE SU COMPAÑIA

Gozar de su compañía - Los Santos - Parroquia Santa Beatriz

APRESURÉMONOS HACIA LOS HERMANOS QUE NOS ESPERAN

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo

Que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo

Que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está oculta con el. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.

Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también en gran manera la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.

De los Sermones de san Bernardo, abad
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 [1968], 364-368 )



DISCERNIR LAS DECISIONES

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid - Discernir las decisiones

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

¿Qué significa discernir?

El discernimiento es un acto importante que concierne a todos, porque las elecciones son una parte esencial de la vida. Discernir las decisiones. Uno elige la comida, la ropa, un curso de estudio, un trabajo, una relación. En todos ellos se realiza un proyecto de vida, y también se concreta nuestra relación con Dios. En el Evangelio, Jesús habla del discernimiento con imágenes tomadas de la vida ordinaria; por ejemplo, describe al pescador que selecciona los peces buenos y descarta los malos; o al mercader que sabe identificar, entre muchas perlas, la de mayor valor. O el que, arando un campo, encuentra algo que resulta ser un tesoro (cf. Mt 13,44-48).

A la luz de estos ejemplos, el discernimiento se presenta como un ejercicio de inteligencia, y también de habilidad y también de voluntad, para aprovechar el momento favorable: son condiciones para hacer una buena elección. Es necesario inteligencia, habilidad y también voluntad para hacer una buena elección. Y también hay un coste necesario para que el discernimiento sea operativo. Para desempeñar su oficio lo mejor posible, el pescador tiene en cuenta la fatiga, las largas noches en el mar y el descarte de una parte de las capturas, aceptando una pérdida de ganancias por el bien de los destinatarios. El comerciante de perlas no duda en gastar todo para comprar esa perla; y lo mismo hace el hombre que ha tropezado con un tesoro.

Situaciones inesperadas e imprevistas en las que es imprescindible reconocer la importancia y la urgencia de una decisión que hay que tomar. Cada uno debe tomar sus decisiones; no hay nadie que las tome por nosotros. En un momento determinado los adultos, libres, pueden pedir consejo, pensar, pero la decisión es propia; no se puede decir: “He perdido esto, porque lo ha decidido mi marido, mi mujer, mi hermano”: ¡no! Tienes que decidir tú, todo el mundo tiene que decidir, y por eso es importante saber discernir: para decidir bien, hay que saber discernir.

El Evangelio sugiere otro aspecto importante del discernimiento: implica los afectos.

El que ha encontrado el tesoro no siente ninguna dificultad en venderlo todo, tan grande es su alegría (cf. Mt 13,44). El término utilizado por el evangelista Mateo indica una alegría muy especial, que ninguna realidad humana puede dar; y de hecho vuelve a aparecer en muy pocos otros pasajes del Evangelio, todos ellos referidos al encuentro con Dios. Es la alegría de los Magos cuando, tras un largo y penoso viaje, vuelven a ver la estrella (cf. Mt 2,10); es la alegría de las mujeres que regresan del sepulcro vacío tras escuchar el anuncio de la resurrección por parte del ángel (cf. Mt 28,8). Es la alegría de los que han encontrado al Señor. Tomar una bella decisión, una decisión correcta, siempre te lleva a esa alegría final; quizás en el camino tengas que sufrir un poco de incertidumbre, pensar, buscar, pero al final la decisión correcta te beneficia con la alegría.

En el Juicio Final, Dios obrará el discernimiento —el gran discernimiento—hacia nosotros. Las imágenes del agricultor, el pescador y el mercader son ejemplos de lo que ocurre en el Reino de los Cielos, un Reino que se manifiesta en las acciones ordinarias de la vida, que nos exigen tomar posición. Por eso es tan importante saber discernir: las grandes elecciones pueden surgir de circunstancias que a primera vista parecen secundarias, pero que resultan ser decisivas.

Por ejemplo, pensemos en el primer encuentro de Andrés y Juan con Jesús, un encuentro que nace de una simple pregunta: «Rabí, ¿Dónde vives?» — «Venid y veréis» (cf. Jn 1,38-39), dice Jesús. Un intercambio muy breve, pero es el comienzo de un cambio que, paso a paso, marcará toda una vida. Años después, el evangelista seguirá recordando aquel encuentro que le cambió para siempre, también recordará la hora: «Eran como las cuatro de la tarde» (v. 39). Es la hora en que el tiempo y lo eterno se encontraron en su vida. Y en una decisión buena, correcta, se encuentra la voluntad de Dios con nuestra voluntad; se encuentra el camino presente con el eterno. Tomar una decisión correcta, después de un camino de discernimiento, es hacer este encuentro: el tiempo con lo eterno.
Por lo tanto: el conocimiento, la experiencia, el afecto, la voluntad: son algunos elementos indispensables del discernimiento. A lo largo de estas catequesis veremos otras, igualmente importantes.

El discernimiento implica un esfuerzo.

Según la Biblia, no encontramos ante nosotros, ya empaquetada, la vida que hemos de vivir: ¡No! Tenemos que decidirlo todo el tiempo, según las realidades que se presenten. Dios nos invita a evaluar y elegir: nos ha creado libres y quiere que ejerzamos nuestra libertad. Por lo tanto, discernir es arduo.
A menudo hemos tenido esta experiencia: elegir algo que nos parecía bueno y en cambio no lo era. O saber cuál era nuestro verdadero bien y no elegirlo. El hombre, a diferencia de los animales, puede equivocarse, puede no querer elegir correctamente. La Biblia lo demuestra desde sus primeras páginas. Dios da al hombre una instrucción precisa: si quieres vivir, si quieres disfrutar de la vida, recuerda que eres una criatura, que no eres el criterio del bien y del mal, y que las elecciones que hagas tendrán una consecuencia, para ti, para los demás y para el mundo (cf. Gn 2,16-17); puedes hacer de la tierra un magnífico jardín o puedes convertirla en un desierto de muerte. Una enseñanza fundamental: no es casualidad que sea el primer diálogo entre Dios y el hombre. El diálogo es: el Señor da la misión, tú debes hacer esto y esto; y el hombre a cada paso que da debe discernir qué decisión tomar. El discernimiento es esa reflexión de la mente, del corazón que debemos hacer antes de tomar una decisión.

El discernimiento es agotador pero indispensable para vivir. Requiere que me conozca a mí mismo, que sepa lo que es bueno para mí aquí y ahora. Sobre todo, requiere una relación filial con Dios. Dios es Padre y no nos deja solos, siempre está dispuesto a aconsejarnos, a animarnos, a acogernos. Pero nunca impone su voluntad. ¿Por qué? Porque quiere ser amado y no temido. Y Dios también quiere que seamos hijos y no esclavos: hijos libres. Y el amor sólo puede vivirse en libertad. Para aprender a vivir hay que aprender a amar, y para ello es necesario discernir: ¿Qué puedo hacer ahora, ante esta alternativa? Que sea un signo de más amor, de más madurez en el amor.

¡Pidamos, que el Espíritu Santo nos guíe! Invoquémosle cada día, especialmente cuando tengamos que tomar decisiones. Gracias.

Papa Francisco. Audiencia General, Aula Pablo VI, Miércoles, 31 agosto 2022.



FIESTA TODOS LOS SANTOS

Fiesta de todos los santos - Parroquia Santa Beatriz

Algo mucho mejor

Celebramos la solemnidad de todos los santos y después el día de los difuntos. Días importantes de recuerdo para los que nos han precedido en la fe y duermen ya el sueño de la paz. Y de hacer presentes verdades importantes de nuestra fe.
En el día de todos los santos nos alegramos y tratamos a los que murieron en gracia de Dios y ya están en el cielo. El los difuntos rezamos por los que todavía están en el purgatorio, para que, purificados cuanto antes, gocen de la gloria celestial.

Celebraciones para reflexionar

Nos invita a pensar en el misterio de la muerte -que Jesús mismo quiso asumir para que nosotros pudiéramos vencerla- y en el destino final de nuestras vidas: lograr la felicidad definitiva para la que nos has hecho, el posible fracaso del infierno, o la “repesca” del purgatorio una vez debidamente purificados.

La Comunión de los Santos

Y, en el fondo de esta celebración, está la fe en la comunión de los santos que confesamos al final del Credo. “Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros… Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que Él es la cabeza… Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia” (Santo Tomás, symb. 10) (Catecismo, 947). Nunca estamos solos, Jesucristo y todos nuestros hermanos en la fe nos acompañan y apoyan.

En la comunidad primitiva de Jerusalén, los discípulos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan y las oraciones (Hch 2, 42). Comunión en la fe: La fe de los fieles es la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se comparte (Catecismo, 949).

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que compartían todas las cosas (Hch 4,32). Comunión de la caridad: En la “comunión de los santos” ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo (Rm 14, 7). Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo.

Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte (1Co 12,26-27). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos.

«Existe una comunión de vida entre nosotros los que creemos en Cristo y nos hemos incorporado a Él por el Bautismo. La relación entre Jesús y el Padre es el modelo de este fuego de amor. Y la “comunión de los santos” es una gran familia. Todos nosotros somos familia, una familia donde todos procuramos ayudarnos y sostenernos entre nosotros.» Catequesis del papa Francisco

Intercesión de los santos

Contemos también con la intercesión de los santos. “Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (Vaticano II, Lumen gentium 49). Algunos santos, cercano el momento de su muerte, eran conscientes del gran bien que podían seguir haciendo desde el Cielo: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo de Guzmán, moribundo, a sus hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43). “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresa del Niño Jesús, verba) (cf. Catecismo 956)

Invoquemos en especial a María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. Que ella, la toda santa, nos haga fieles discípulos de su hijo Jesucristo, y que se lleve cuanto antes al Cielo a los difuntos que estén en el purgatorio. Amén.

Don Francisco Varo Pineda, Director de Investigación, Profesor de Sagrada Escritura