IMPORTANCIA PRIMORDIAL DEL TESTIMONIO

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

Importancia primordial del testimonio

La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general al primero absolutamente en la evangelización. Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores. Se nos ocurre pensar especialmente en la responsabilidad que recae sobre los emigrantes en los países que los reciben.

Necesidad de un anuncio explícito

Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar «razón de vuestra esperanza»[52]—, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.

La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y se confunde con la historia de este anuncio. En cada nueva etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar? Este anuncio —kerygma, predicación o catequesis— adquiere un puesto tan importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin embargo, no pasa de ser un aspecto.

Hacia una adhesión vital y comunitaria

Efectivamente, el anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón. Adhesión a las verdades que en su misericordia el Señor ha revelado, es cierto. Pero, más aún, adhesión al programa de vida —vida en realidad ya transformada— que él propone. En una palabra, adhesión al reino, es decir, al «mundo nuevo», al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio. Tal adhesión, que no puede quedarse en algo abstracto y desencarnado, se revela concretamente por medio de una entrada visible, en una comunidad de fieles. Así pues, aquellos cuya vida se ha transformado entran en una comunidad que es en sí misma signo de la transformación, signo de la novedad de vida: la Iglesia, sacramento visible de la salvación[53]. Pero a su vez, la entrada en la comunidad eclesial se expresará a través de muchos otros signos que prolongan y despliegan el signo de la Iglesia. En el dinamismo de la evangelización, aquel que acoge el Evangelio como Palabra que salva[54], lo traduce normalmente en estos gestos sacramentales: adhesión a la Iglesia, acogida de los sacramentos que manifiestan y sostienen esta adhesión, por la gracia que confieren.

Impulso nuevo al apostolado

Finalmente, el que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia.

Al terminar estas consideraciones sobre el sentido de la evangelización, se debe formular una última observación que creemos esclarecedora para las reflexiones siguientes.

La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia.

En esta visión global lo que queremos ahora exponer, examinando el contenido de la evangelización, los medios de evangelizar, precisando a quién se dirige el anuncio evangélico y quién tiene hoy el encargo de hacerlo.

Papa Francisco, Evangelii gaudium (Nº 21 al 24)



LA ALEGRIA DE EVANGELIZAR

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

La dulce y confortadora alegría de evangelizar

El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).

La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».

Una eterna novedad

Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro». O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad». Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».

Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y el más grande evangelizador». En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo.

Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera nube de testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: «Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios» (Hb 13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en la vida de la fe: «Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice» (2 Tm 1,5). El creyente es fundamentalmente «memorioso».

Papa Francisco, Evangelii gaudium (Nº 9 y 13)



VIGILIA COMUNITARIA DE PENTECOSTES

JUEVES  2 DE JUNIO

A LAS 19:30 H

Hace cincuenta días,
celebrábamos la Pascua de
Resurrección.

Hoy, en “otra
noche santa”, celebramos la
Vigilia de Pentecostés, la
presencia del Espíritu en la
asamblea fraterna.

Como en
aquel tiempo, también hoy nos
reunimos a la espera del
Espíritu, junto con María, la
madre de Jesús y nuestra
madre.

El Espíritu Santo que
recibieron los apóstoles de la
Iglesia naciente, es el mismo
Espíritu que un día recibimos en
nuestro bautismo y el mismo
que hoy Jesús Resucitado sigue
derramando sobre nosotros,
para animar nuestro caminar
creyente y renovar nuestro
compromiso cristiano.



SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

AVE MARIA

Junio mes del Sagrado Corazón de Jesús

En esta columna mariana hoy queremos recordar la devoción que en el mes de junio se hace al Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia nos regala, tras el tiempo Pascual, un rosario de fiestas encadenadas grandes e imprescindibles para todo cristiano. Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad, etc.. Todas con un núcleo común, la referencia al Corpus Christi. Nadie en toda la Historia de la Humanidad ha conocido el Sacratísimo Corazón de Jesús como Su Madre Inmaculada. Ella lo conformó con su propia carne y lo acompañó en Su Divina Misión de hacer la Voluntad del Padre. Jesús aprendió en la Sagrada Familia de Nazaret a ser obediente. Y obedeció a Su Padre del Cielo hasta el extremo, en Su Bendita Cruz. Allí Se dejó abrir Su Sagrado Corazón por ti. Allí brotó Sangre y Agua para ti. Detente en junio todos los días 10 minutos y piensa porqué hizo eso. Nuestra Señora si lo sabía y por eso lo recogió en Sus Brazos al bajarlo de La Cruz. Admírate en cada Eucaristía al saber que estas comulgando el Sagrado Corazón de Jesús. Únete desde ahora en cada misa con más fuerza a ese Corazón que late por ti. ¿Qué le puedes entregar? Él Amor con amor se paga, y Él solo quiere tu cariño sincero. Él lo dio primero y lleva esperando toda la Eternidad a que te decidas a entregarle el tuyo. Y que lo hagas en la Comunión, en la oración y en los hermanos que ha puesto en el camino de tu vida. Pídele a Nuestra Señora que te enseñe a amar a Jesús. Ella lo guardó todo en Su Inmaculado Corazón para dártelo hoy, ahora, a ti.

Manuel García.



SAN ANTONIO DE LA FLORIDA

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

SAN ANTONIO DE LA FLORIDA, SANTO DE MADRID
El próximo 13 de junio se celebrará como cada año San Antonio de la Florida, considerado como el segundo patrón de Madrid. Célebres son sus verbenas, así como el rosario de modistillas que llevan 13 alfileres al santo para poder encontrar novio o la recogida de los tradicionales «panecillos del santo» que según cuenta la tradición «así no te faltará pan para todo el año».
Para el Padre Oliviero Svanera de la Basílica de San Antonio de Padua «el pan de San Antonio es sinónimo de caridad». Pero, San Antonio de la Florida es en realidad el santo portugués San Antonio de Padua, un fraile franciscano que está considerado como «el Santo de las causas perdidas». Pero también el santo que ayuda a encontrar objetos perdidos, velar por las personas solteras y proteger a los hijos.
En estos momentos en que la sociedad se encuentra falta de caridad cristiana y cada vez más alejada de Dios, encomendémonos a San Antonio, al Santo de las «causas perdidas» para llegar hasta Jesús.

Antonio Vaquerizo.

Oración a San Antonio

Bendito San Antonio, él más amable de todos los santos,
tu amor por Dios y tu caridad por sus criaturas
te hicieron merecedor de poseer poderes milagrosos.
Con tus palabras ayudaste a aquellos con problemas o ansiedades
y los milagros ocurrieron por tu intercesión.
Te imploro que obtengas para mí…
(Menciona tu petición).

Gentil y querido santo,
con tu corazón siempre lleno de compasión humana,
susurra mi petición al dulce Niño Jesús,
a quien le gustaba estar entre en tus brazos,
y recibe por siempre la gratitud de mi corazón.
(Rezar tres padres nuestros y tres avemarías)



DANOS MARIA UNA ESPERANZA GRANDE

Parroquia Santa Beatriz - Leganes Madrid

«¡Ave, María, llena de gracia, intercede por nosotros! Tú has querido servirte de nosotros, miserables, llamándonos misericordiosamente al altísimo privilegio de servir a Cristo en los pobres; has querido que fuéramos servidores, hermanos y padres de los pobres, viviendo de gran fe y totalmente abandonados en la Divina Providencia. Nos has dado hambre y sed de almas, ardentísima caridad: ¡almas, almas!
¿Qué hubiéramos podido hacer nosotros sin ti? ¿Qué podríamos hacer si Tú no estuvieras con nosotros? Desciende y ven a nosotros; corre, oh Madre, porque el tiempo es breve. Ven e infúndenos una profunda vena de vida interior y de espiritualidad. Haz que nuestro corazón arda de amor a Cristo y a Ti. Haz que veamos y sirvamos a tu divino Hijo en los hombres; que con humildad, en el silencio y con anhelo incesante conformemos nuestra vida a la vida de Cristo; que lo sirvamos con santa alegría. Da a tus hijitos, Beatísima Madre, amor, amor; ese amor que no es terreno, que es fuego de caridad
Amor y veneración, particularmente, a los hermanos más pobres y que más sufren; amor a los rechazados, a los que son considerados como restos, desechos de la sociedad; amor a los trabajadores más humildes, a los enfermos, a los inhábiles, a los abandonados, a los infelices, a los olvidados; amor y compasión por todos: los más alejados, los más culpables, los más adversos, todos; y amor infinito a Cristo.
Danos, María, un ánimo grande, un corazón grande y magnánimo, que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas. Haz que seamos verdaderamente como nos quieres: los padres de los pobres.
Que toda nuestra vida esté consagrada a dar Cristo al pueblo y el pueblo a la Iglesia de Cristo; que ésta arda y resplandezca de Cristo y que se consuma en Cristo, en una luminosa evangelización de los pobres. Que nuestra vida y nuestra muerte sean un cántico dulcísimo de caridad y un holocausto al Señor. Fe y valor: ¡Ave María y adelante!»

San Luis Orione.