La Cuaresma es uno esos tiempos litúrgicos que más ha marcado la historia, la vida y la espiritualidad de la Iglesia de todos los tiempos. Desde que la comunidad cristiana comenzó a organizar el año litúrgico, siempre ha considerado la centralidad de la celebración de la Pascua y ha privilegiado su correspondiente tiempo preparatorio. Aunque, a lo largo de la historia, este tiempo ha sufrido modificaciones en su concepción, expresión y extensión, siempre han permanecido unas constantes fundamentales. En estas líneas trataremos de mostrar esos ejes vertebradores de nuestra cuaresma actual que, como bien es sabido, se extiende desde el miércoles de ceniza hasta la mañana del jueves santo.
No puede haber una obertura más significativa que la imposición de la ceniza sobre el pueblo cristiano, expresando así su disposición a la penitencia; la materia final de las cosas después de la cual ya nada puede existir ni tener vida, recuerda al hombre su caducidad y finitud: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3,19). La ceniza se muestra, así como un signo de muerte; un recordatorio de aquello que es común e iguala a todo ser humano y así ayuda a reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por Dios.
Por Luis García Gutiérrez, tomado de:
https://conferenciaepiscopal.es/cuaresma-conversion-y-esperanza/