La maternidad divina de Nuestra Señora tiene su reflejo en la maternidad de la Iglesia sobre sus hijos. La Iglesia dispone que todos los años vayamos recordando los misterios de la Vida de Cristo de una forma ordenada a la santificación de todos los creyentes.
La posibilidad de recordar una vez al año el tiempo de espera de Nuestra Señora desde la Encarnación hasta el feliz alumbramiento de Jesús, nos permite a nosotros entrar en esa espera esperanzada de lo que ha de venir.
Y viene un humilde recién nacido, débil, necesitado de todo. Y Su llegada es la fiesta,
Es tan gran misterio que solo se puede recoger como hizo Nuestra Señora, en la vasija de una gran humildad. Cuanto mas abajemos nuestras inclinaciones mas descubriremos la grandeza de estos días, desde el comienzo del Adviento hasta la Natividad. Mejor se entiende la inmensidad del misterio desde el reconocimiento de nuestra nada. Solo nos llenamos de Cristo si nos vaciamos de nosotros. Para que demos cobijo a un recién nacido debemos morir a nuestro hombre viejo.
Si solo vemos las fiestas de Navidad, nos perderemos que Navidad es la fiesta. Si nuestro corazón está pre-ocupado, ocupado y post-ocupado en lo externo, no entenderemos la esencia de la fiesta. Y todo se volverán prisas, agobios, insatisfacciones y caras complejas.
Mientras que la visión, la contemplación y el gozo de mirar a un recién nacido es capaz de acabar con todas las inquietudes de la vida. Cuando estamos ante un bebe que duerme o nos mira el tiempo deja de tener el mismo ritmo. Todo se vuelve paz y la sonrisa se abre paso en nuestra vida. Cuanto más si Aquél a quién miramos tan pequeño sabemos que será Quién nos mire a nosotros cuando terminemos nuestra vida terrena.
Para que vuestra alegría sea perfecta desprendámonos estas Navidades de las fiestas y busquemos en la espera del Adviento aquello que pondremos como regalo ante La Sagrada Familia el día de la Fiesta verdadera, el día de Navidad. Jesús quiere ver que ponemos a Sus Pies nuestras luces y nuestras sombras. Las alegrías y nuestros pecados. Nuestra gratitud y todo envuelto en AMOR, Ese amor por el que Él se encarna, predica, hace milagros y nos redime en La Cruz.
Las luces, el bullicio, la alegría mundana no solo es un engaño, sino que se ha apropiado indebidamente de la verdadera alegría de estos días y le ha cambiado su sentido.
Reencontremos en la paz y la concordia el verdadero sentido de estos días.
MANUEL GARCÍA