Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid: Iglesia, ¡anuncia a Jesucristo en el mundo del trabajo!
Uno de los problemas más graves de nuestra sociedad, que afecta de manera especial a nuestros jóvenes, tiene que ver con el trabajo. Con motivo del 1 de mayo, cuando festejamos san José Obrero, quiero ofrecer unas reflexiones que orienten nuestra vida cristiana y que faciliten discernir el momento que vive el mundo del trabajo. Los hombres y mujeres de fe debemos acercarnos a quienes se ven privados de un empleo digno, como se acercó el Señor a los discípulos de Emaús, para encontrarnos con ellos en sus propios itinerarios.
A quien atraviesa la noche oscura y terrible del desempleo prolongado o se encuentra a la intemperie con un trabajo precario que no asegura la integración social, a tantas personas que luchan por el reconocimiento de sus derechos laborales y sociales… A todos debemos regalar el calor de la presencia del Señor Resucitado, nuestro más valioso tesoro.
El trabajo es un don de Dios que nos unge de su dignidad
La Revelación considera a Dios un trabajador desde las primeras páginas de la Biblia y, al describir la historia de la salvación, vemos cómo sufre con la opresión de los trabajadores explotados y baja hasta su pueblo para liberarlos. Luego, como recordaba san Juan Pablo II, «la proclamación del Evangelio del trabajo la hizo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre y trabajador manual sometido al esfuerzo».
El trabajo no es un bien que le viene al ser humano concedido por la empresa o el Estado, sino que nace de su misma naturaleza humana, es consustancial a su ser. El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. Nos humaniza, nos hace sujetos protagonistas de la vida; construye a la familia y la educación de los hijos, y es una vocación a la trascendencia.
Sin embargo, el trabajo, tal como salió de las manos de Dios, se da de bruces con el panorama laboral actual: millones de personas no pueden acceder a gozar de ese don regalo de Dios en todo el mundo. En España, ahora que vamos saliendo del pozo inhumano de cifras inasumibles de desempleo, nos vamos instalando en el precariado: una situación en la que el joven, muchas mujeres con cargas familiares e incluso los pensionistas, difícilmente tienen para vivir con dignidad. Todo indica que, más que de la precariedad en el trabajo, podemos hablar de la precariedad en la construcción de proyectos de vida caracterizados por la inconsistencia y la debilidad. Para muchos el trabajo ya no es una garantía para salir de la pobreza y conseguir lo mínimo vital. Menos para vivirlo como una gozosa contribución al despliegue de su vocación.
En el trabajo, la prioridad ya no es el crecimiento de la persona sino el crecimiento exponencial de la riqueza. Se ha sustituido la economía por la crematística. El trabajador es ya un mero recurso humano, una mercancía más que se puede incluir como un coste al servicio de la máxima ganancia. Sin embargo, «dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (LS 128).
La fiesta del 1 de mayo es una gracia de Dios no solo para reivindicar la justicia en los derechos laborales, sino para ver la causa de este cambio de modelo social que no hace justicia a lo que es el ser humano ni da respuesta a su vocación trascendente. La Iglesia puede aportar varias actitudes evangélicas:
- Un trabajo, que pertenece a la esencia del ser humano, es su manera de estar en el mundo, recreándolo para gloria de Dios, de los otros, y de sí mismo.
- Esta actitud fundamenta la postura de respeto y cuidado del mundo como la Casa comúndel Padre para toda la humanidad.
- Por ser actividad humana, el trabajo tiene como finalidad la donación a los otros, para bien de la humanidad. Verdaderamente trabajamos dignamente cuando nuestro trabajo es expresión de amor. Un amor que no solo busque los intereses de la ganancia sino «que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o que lo mantengan» (CV 32).
- Trabajar es siempre trabajar por alguien, olvidarse de sí mismo para darse a los otros. El trabajo tiene una función social. Con el trabajo contribuyen los trabajadores a que el mundo funcione, cuando se hace por el bien común además de ganarse el pan. La capacidad de donarse a los demás es más importante que la actividad laboral.
- Distingamos entre trabajo y salario, para revalorizar el trabajo de cuidados. El trabajo así concebido se convierte en un don, que como tal no puede tener precio ni ser pagado. Nada puede pagar el valor del trabajo. El salario solo puede ser reconocimiento agradecido de una actividad, pero no puede medir el valor del trabajo. Con eso incluimos en la categoría de trabajo el cuidado de la familia, de los niños, de los ancianos y discapacitados, el que se despliega en el hogar o en tareas de voluntariado.
- Se trata de servir y acompañar a los trabajadores desempleados o en precario por ser fieles a la opción por los pobres exigible a toda la Iglesia, no por una devoción particular. Está «implícita en la fe cristológica» porque son el sacramento vivo de Cristo (Doc. Aparecida 406).
- Aclarar, proponer e incentivar un modelo de empresario, distinto del especulador, como propone la Doctrina Social de la Iglesia: «No olvidemos que el empresario debe ser antes que nada un trabajador. Una enfermedad de la economía es la progresiva transformación de los empresarios en especuladores. Al empresario no se le debe confundir de ninguna manera con el especulador: son dos tipos diversos. Al empresario no se le debe confundir con el especulador: el especulador es una figura semejante a la que Jesús en el Evangelio llama “mercenario”» (Papa Francisco, Siderurgia de Ilva, Génova 2017).
- Finalmente, «no hay que exagerar la mística del trabajo. La persona no solo es trabajo; hay tras necesidades humanas que necesitamos cultivar y atender, como la familia, los amigos y el descanso» (Papa Francisco, a los participantes de la Conferencia Internacional De Populorum progressio a Laudato si’ 24 noviembre 2017).
¡Feliz 1 de mayo! Que el Señor Jesús nos ayude a que, entre todos, con todos y para todos, el trabajo sea un auténtico ámbito de humanización en el que se realice el designio justo y amoroso de nuestro Dios.
Con sincero afecto os saluda y bendice,
+ Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid
[Adaptación de la carta del 1 de mayo del cardenal Osoro, disponible en archimadrid.es]